Cuento tradicional náhuatl, versión de Milpa Alta, D.F.
Por: Juan Crisóstomo Medina
Villanueva
Un día, allá en Tetêzcaco, un
perro viejo aullaba lastimeramente frente a la puerta de la casa mientras
llovía, era tal su lloro que partía el alma, mientras sus amos roncaban al
dormir. En eso pasó un joven coyote, de muy grande fortaleza, de hermosa
presencia con una cola esponjada y de buenos sentimientos.
Le preguntó: -¿Perro anciano, por
qué estas tan triste? Se le oprime a uno el corazón con tu llanto. Y el perro
anciano respondió: -“El tiempo se me vino encima. Cuando era pequeño, los hijos
de mi amo me cargaban, me abrazaban, conmigo jugaban y me besaban. Cuando
crecí, me iba al campo con mi amo, cazaba conejos, ardillas, espantaba a las
comadrejas, tuzas y serpientes, aquí en la casa yo cuidaba.
Y ahora que ya he envejecido,
cuando ya no veo, ya casi no oigo y mis patas ya no me ayudan. Y ahora cuando
mis dientes se han caído y ya no puedo ser rápido…” Llenándosele los ojos de
lágrimas dijo: ¡Mi amo, ya no me quiere! Dice que apesto, me corre de la casa y
me saca hasta la puerta. Ya no me regala mi tortilla. Cuando me da puntapiés,
no me duele su pié al golpearme, más me duele lo que mal enseña a sus hijos, pues
así le harán a él cuando envejezca. Y volvió a llorar de tristeza.
Cuando oyó esto el coyote, esto
le respondió: “No te preocupes. ¿Recuerdas ese día cuando una coyota se
llevaba una guajolota y tú le cerraste
el paso y ella tanto te suplicó que no la mordieras porque sólo quería
llevarles de comer a sus hijos? ¡Yo te miraba a lo lejos! Y tú, como buen
animal, permitiste que nos llevara lo que comimos. ¡Esa coyota, era mi madre! Y
ahora voy a pagarte esa buena acción tuya.
–Escucha: mañana, cuando empiece
oscurecer, vas a dejarme entrar hasta donde duermen los guajolotes, entonces
cogeré del ala al guajolote más gordo y de escobeta y, cuando ya esté a la
puerta, empezarás a ladrar y en seguida te pasaré a dejar el animal; pasado
mañana haremos lo mismo y verás, tu amo volverá a quererte”. Tal era su
desesperación, que ni siquiera pensó que podría ser engañado.
Al otro día al oscurecer, el
perro viejo esperaba con ansiedad y, en verdad, dentro de la casa se escuchaba
la plática, todo mundo reía cuando llegó el coyote y muy despacio, se fue
metiendo hasta donde dormían los guajolotes, tomando entre las fauces al
guajolote de escobeta más gordo, que por más que aleteaba, no era escuchado, ni
cuando era arrastrado cerca de la puerta de entrada. Entonces el perro anciano
empezó a ladrar con todas sus fuerzas.
El amo salió muy rápido y el
coyote ya en la calle empezó a aullar. Al darse cuenta de lo sucedido el amo
llamó: ¡Ven, amada esposa! ¡Hijos míos, denle comida a nuestro perro viejo,
pues ya nos regaló este guajolote que se llevaba el coyote!
Cuando llegó el día siguiente se
hizo lo mismo y, al perro viejo no volvió a faltarle qué comer.
Este cuento me fue dicho por mi
abuelo paterno Don Guadalupe Medina Enríquez.