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domingo, 1 de abril de 2012

DÍA DE MUERTOS EN MILPA ALTA.



Por: Raymundo Flores Melo*

Quizá para muchos de nosotros cuando se acerca la fiesta de los difuntos, lo primero que viene a la memoria es toda la mezcla de olores y sabores que encierran estas fechas. La tradición dice que, en los dos primeros días de noviembre de cada año, llegan los muertos a visitar a los vivos y degustar el olor de los alimentos que se les brindan en cada una de las ofrendas familiares.


Tortas, biscochos de muerto –mandados a hacer especialmente-, tamales, comida, frutas diversas (manzanas, plátanos morados, peras, naranjas, cañas, guayabas, jícamas, nísperos, tejocotes, mandarinas); flores como el cempoalxochitl, el alhelí y la nube; agua, sal, pulque y sahumerio son los elementos con los que se recibe a los muertos, además de las tradicionales calaveritas de azúcar con el nombre de vivos y difuntos en la frente, sin dejar de lado, claro está, las velas y veladoras. Gran variedad de componentes que, hasta hoy día, la podemos encontrar en el tianguis que se pone en los últimos días del mes de octubre en el centro de Villa Milpa Alta.


Para doña Herminia Gutiérrez Valencia “la ofrenda se prepara desde el 31 de octubre; se encienden las velas, se pone el sahumador, las veladoras y se tiende el petate nuevo frente al altar”1.


El día primero de noviembre, a las siete de la mañana2, “llegan los niños difuntos y, en las iglesias, se celebra una misa para toda la humanidad (para vivos y muertos). Las ánimas de los pequeños se retiran el mismo día a las tres de la tarde”3.En algunas casas todavía se ponen dulces, juguetes y otras cosas de las que gustaban los niños.


“Los adultos difuntos llegan a las tres de la tarde del día primero. En las casas donde llegan por primera vez tocan las bandas”4 y se convida alimento a las personas que llevan su cera. “Se ponen tamales calientes –vaporizantes- comida picosa, vino, y todo lo que los fieles difuntos mayores apetecieron en vida. Se cambian las velas y se pone más copal en los sahumadores”5, se encienden fogatas en los patios con la leña traída del monte.


El día dos de noviembre a las siete de la noche6 se despide a los muertos adultos con sahumerio.


“El tres o cuatro de noviembre se reparte la ofrenda. Los papás de los ahijados entregan al padrino su ofrenda. Éste agradece con un desayuno o comida. Los hijos casados vistan a sus papás7.


Pero hablar del día de muertos en Milpa Alta, también es recordar como el primero y dos de noviembre los niños de cada cuadra, por la tarde noche, salen a pedir tamales, pan y fruta a las casas de los barrios. Es escuchar a los “campaneros” con sus pregones y rezos a toda velocidad para ir a la siguiente casa en pos de su “calavera” antes que le gane otro grupo de infantes. Es oír la algarabía a lo largo y ancho de las calles, es tener ante sí la conjugación de oraciones del catolicismo con la alegría profana de las fiestas.


Es ver adornadas las puertas de las casas con faroles en forma de estrellas, aviones, barcos, iglesias, casas y muñecos con forma humana que sirven de guía a los muertos para encontrar el camino al que había sido su hogar; es apreciar velas encendidas dentro de los chilacayotes huecos que quieren imitar el cráneo del muerto, o bien, partidos por mitad como candeleros sobre el petate frente al altar.

“¡Campanero su tamal!
¡No me da mi calavera
y pasamos a rezar
en la ofrenda de su hogar!
Lo que sea su voluntad”.

Pero no debemos pasar por alto lo que ocurre en los panteones cuando se acude a “alumbrar” a los muertos. Durante estos dos días, la visita al panteón se hace temprano para acompañar a los familiares difuntos por dos o tres horas, luego se regresa a casa para desayunar, para volver a salir después al mismo lugar y seguir departiendo con los que se nos han adelantado. Es recordar a los que ya se han ido de este mundo, a aquellos que vienen por sus mantenimientos para todo el año.


Una de las personas que legó a la posteridad, sin saberlo de manera plena, parte de las costumbres y tradiciones de Milpa Alta durante estas fechas fue doña Luz Jiménez originaria del barrio de San Mateo en Villa Milpa Alta.


En uno de los cuentos recogidos por el etnólogo y lingüista Fernando Horcasitas, doña Luz hace referencia al trayecto que el ser humano, según la tradición prehispánica, seguirá después de su muerte hasta encontrarse con el señor del Mictlan, y del papel que el perro juega en este tránsito:

“Cuentan que cuando alguien muere nos pasan los perritos por donde vamos. Dizque pasamos un río. Los perritos si los quisimos aquí en la tierra, nos pasarán, y, si no los quisimos, nos tratan mal. Si es perro blanco se hace mucho del rogar para hacernos pasar. Si es negro el perro, o amarillo, nos va a encontrar. Y dice: ‘Siéntese sobre mí. Lo haré pasar este río ancho’”8.

Relato muy similar al que recoge fray Bernardino de Sahagún de los labios de alguno de sus informantes indígenas en la segunda mitad del siglo XVI:


“Y más, hacían al difunto llevar consigo un perrito de pelo bermejo, y al pescuezo le ponían un hilo flojo de algodón; decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un río del infierno que se nombra Chiconahuapan”9.


“Dicen que el difunto que llega a la ribera del río arriba dicho, luego mira el perro (y) si conoce a su amo luego se echa nadando al río, hacía la otra parte donde está su amo, y le pasa a cuestas.


Por esta causa los naturales solían tener y criar los perritos, para este efecto; y más decían, que los perros de pelo blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque dizque decía el perro de pelo blanco: yo me lavé; y el perro de pelo negro decía: yo me he manchado de color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el perro de pelo bermejo, podía bien pasar a cuestas a los difuntos…”10

La presencia de un río que pasar, la ayuda proporcionada por los perritos y la renuencia del perro blanco están contenidos en ambos escritos, poniendo de manifiesto una cosmovisión compartida, aunque se trate de una narración del siglo XX y otra del siglo XVI.


La tradición señala que los muertos vienen a visitar a los vivos. Pero este evento fue puesto en duda por un muchacho quien sufrió las consecuencias de esa afrenta a los difuntos.


Nos dice doña Luz Jiménez o, mejor dicho, Julia Jiménez González, que este sujeto era un muchacho flojo y desobligado que gustaba de emborracharse y andar con amigos. Se acercaba el día de muertos y su madre estaba preocupada pues no tenía dinero para comprar las cosas y todo lo necesario para esperar a las ánimas. El muchacho aparte de perezoso era un descreído, pues para él “El que ya murió, murió. Ya no tiene hambre, ya no tiene sed, ya no se le apetece nada”11. A tanto ruego, la madre lo convence de ir a buscar leña para calentar a sus difuntos abuelos. Así, a la mañana siguiente, en víspera de la llegada de los muertos, parte a buscar ocotes al monte. Agarra camino pero se pierde y se le hace de noche.


Llega el dos de noviembre y el muchacho todavía no vuelve. Su madre lo busca hasta el cansancio por todas partes pero no lo encuentra; un sueño le dice donde encontrar a su hijo que está amarrado con una cuerda hecha de zacate como castigo a su incredulidad. Durante su escarmiento, cuando los muertos se encaminan a donde sus deudos los esperan, su abuela, bisabuela, tatarabuela, hermanos y padre lo pasan a saludar, prometiendo que de regreso lo pasarán a desamarrar. Pasada la festividad, muy de mañana, el chico regresa a su casa con otra manera de pensar después de sufrir tan funesta experiencia. Fue bueno el remedio pues desde ese día creyó en la llegada de los muertos y en la necesidad de prepararles un digno recibimiento.


El anterior relato tiene otras variantes, pero todas giran en torno a una persona que no cree en la llegada de los muertos, o bien, toma de la fruta y el pan del altar antes de que las ánimas se retiren. En ambas situaciones hay un castigo: el difunto le jala de los pies por la noche.


En otra de las narraciones de esta indígena milpaltense, en el cuento “Favor de pasar despacito”, se hace mención de un muerto de la época de la intervención francesa, quien a los que caminaban por arriba de su lápida les pedía que pasaran despacito pues le caía tierra.
El muerto, cuando es sacado de ese lugar por el cura del pueblo, en el interrogatorio al que es sometido da noticia de la otra vida de la siguiente manera:

“’Y qué es lo que comías, qué bebías?’
‘Yo y todos los hombres que mueren, comemos de ese pan que se ofrece el día de los muertos. También la fruta.’
‘¿Y con qué te alumbrabas debajo de la tierra? Es muy oscuro’
‘Era lo mismo: con las velas que se ponen el día de muertos. Todo esto nos lo guardamos para tener pan todo el año.’
Platico esto porque hay gente que no cree que vienen los muertos.
Terminó (el muerto) esta conversación y murió. Jamás revivió.
Esto pasó cuando el sacerdote (de Milpa Alta) se llamaba Rosendo. Pasó en sus manos. Y él mandó hacer una caja para sepultar a este hombre, porque los que morían los envolvían sólo en un petate y así era como los sepultaban.”12


En este tenor, dentro de la obra de don José Concepción Arce, Xochime, encontramos otro cuento que nos habla de un muerto yaqui de la época de la Revolución Mexicana13. Resulta que unos vecinos de Villa Milpa Alta habían ido a leñar al monte y se pasaron el día tostando el tejamanil que necesitaban para sus gastos cotidianos. Cuando llegó la noche se acomodaron para descansar. Al día siguiente se enteraron que uno de sus acompañantes había oído un quejido que salía de debajo de un arbolito de oyamel, pensaron que era una señal de que en ese lugar estaba enterrado un tesoro y empezaron a escarbar.


Para su sorpresa se toparon con un esqueleto con huaraches e indumentaria diferente a la que se usaba en la región, a quien en el hoyo del ojo había enraizado un arbolito de oyamel. Caritativos le quitaron el arbolito de la cuenca y le dieron cristiana sepultura. Por la noche, a uno de los participantes, el difunto le fue agradecer la acción y, contestando la pregunta de quién era, le dijo que era un indio yaqui.


Estas costumbres, tradiciones y recuerdos son parte de la cultura del milpaltense, todas ellas guardan un trozo de historia, de la manera de pensar y actuar de los hombres y mujeres que nos antecedieron en este mundo. Al repetirlas y reelaborarlas les imprimimos una nueva vida.


La concepción del día de muertos en Milpa Alta está latente en muchos de sus habitantes pero se hace necesario recordarla pues, como todos sabemos, la repetición es importante para que las nuevas generaciones las puedan, a su vez, tener presente y heredar a sus descendientes.

Para finalizar, ya que hablamos de panteones tenemos que anotar que es en el año de 1971 cuando entra en uso el panteón “Santa Julia”14, localizado sobre avenida Guanajuato en lo que fue el paraje nombrado “huepantli”15, debido a que el camposanto de “San Damián”, localizado en los terrenos de la iglesia de la Asunción se encontraba lleno. En la actualidad el nombre del panteón, según lo escrito en la entrada es “Milpa Alta”.


rayflome@gmail.com
* Integrante del Consejo de la Crónica de Milpa Alta
y vecino del barrio de la Concepción.

1 Notas de la conversación con Doña Hermina Gutiérrez Valencia, representante comunal de San Lorenzo Tlacoyucan, efectuada el 18 de julio de 2006.
2 FLORES ARCE. José Concepción. Quetzaltlahtolli. Palabra náhuatl contemporánea. México, GDF-PAPO, 2005, p. 177. Para doña Herminia la llegada de los niños difuntos es las ocho de la mañana.
3 Notas de la conversación con Doña Hermina Gutiérrez Valencia del 18 de julio de 2006
4 Ibíd.
5 FLORES ARCE. José Concepción. Op. cit. p. 177
6Ibíd. p. 179. Doña Herminia Gutiérrez dice que a las tres de la tarde se retiran los difuntos adultos
7 Notas de la conversación con Doña Hermina Gutiérrez Valencia del 18 de julio de 2006.
8 HORCASITAS, Fernando y Sarah O. de Ford (recops.). Los Cuentos en Náhuatl de Doña Luz Jiménez. México, UNAM, 1979, p. 13
9 SAHAGÚN, Bernardino de. Historia General de las cosas de la Nueva España. México, Porrúa, 1981, t. I, p. 295
10 Ibíd. pp. 295 y 296
11 HORCASITAS, Fernando y Sarah O. de Ford. Op. cit. p. 81
12 Ibíd. p. 93
13 FLORES ARCE. José Concepción. Op. cit. pp. 81-89
14 El panteón de Villa Milpa Alta se llamó así por que la primer persona en ser enterrada fue la señora Julia González, originaria del barrio de la Concepción.
15 Huepantli significa: viga grande desbastada y por labrar en MOLINA, Alonso de. Vocabulario en Lengua Castellana y Mexicana y Mexicana y Castellana. México, Porrúa, 1992, f.157