Por: Raymundo Flores Melo.
DE LOS ALBORES AL FINAL DEL SIGLO XX
Por
encontrarse cerca de la Ciudad de México, los habitantes de Milpa Alta, al
finalizar el siglo XIX, empezaron a abandonar su vestir tradicional; primero
los hombres, después las mujeres. De manera paulatina la elaboración artesanal de
prendas de vestir fue sustituida por ropa y telas de tipo industrial.
De la transición da cuenta el libro De Porfirio Díaz a
Zapata[1]. En
él encontramos referencia a la adopción forzada de ropa occidental por
parte de la población, así como del uso de zapatos para los infantes.
“En esa época, gobernando nuestro padre
Porfirio Díaz, los hombres sólo usaban camisa y calzón. Y les decía el
prefecto: ‘También les digo que ya no quiero que anden saliendo en calzón.
Quiero que aprendan cómo deben andar en este pueblo. Si tienen hijos los deben
mandar a la escuela, y también cambiar ustedes de ropa. Y si no tienen hijos
sólo será necesario que cambien de ropa. [que compren pantalones]. El que no
obedezca se le encarcelará un mes. Aquí los cogerán presos. Ya es justo que se
compren ropa’.”[2]
En
víspera del centenario de la Independencia de nuestro país:
“Toda la gente estaba asustada porque si no
obedecían los padres serían apresados por un mes o pagarían mucho dinero en la
prefectura. Por eso todos se preocuparon por calzar a sus hijos.”[3]
Si bien
este proceso empieza a notarse en la región a fines del porfiriato, los
remanentes de las prendas tradicionales serán fuentes de inspiración artística
bajos los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana.
La ropa
occidental es combinada con aquella realizada
en telar de cintura hasta bien entrados los años ochenta del siglo pasado; de
tal manera, que podíamos ver a los señores mayores de cada pueblo con camisa y
pantalón producto de la moderna industria textil, usando huaraches y ceñidor a
manera de cinturón, o mujeres y niñas engalanando su pelo con cintas con punta
de chaquira y portando la blusa tradicional.
A la
par que se dan estos cambios, sucede algo que ayudará - años más tarde - a
rescatar y valorar el vestir ancestral por la influencia que produce: la
presencia de doña Luz Jiménez como modelo. En 1920 la encontramos, ataviada con
el traje del altiplano, modelando para los pintores Ramón
Alva de la Canal y Fernando Leal en la Escuela de Pintura al Aire Libre de Coyoacán. Después haría lo
mismo con Roberto Montenegro, José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro
Siqueiros, entre otros.
En el
México post-revolucionario se está constituyendo una identidad nacional, y esta
india milpaltense es, con su forma de vestir, la que va a lograr de manera
indirecta difundir la vestimenta de Milpa Alta y proyectarla a nivel nacional,
gracias a que en ese momento, el Estado promueve “La exaltación de los indígenas como encarnación de una esencia
prehispánica y luego como representantes de la verdadera mexicanidad”[4], donde sus características
físicas y culturales la hacían embonar de manera adecuada.
De está
época existen cuadros donde se pueden distinguir las características de vestir
femenino de la región.
Entre
ellos los de Fernando Leal que datan de 1920 y 1921. En sus pinturas vemos a la
joven Luz Jiménez portando la tradicional blusa de manta con cuello y mangas
decoradas con punto de cruz, su
chincuete o enredo y faja de labor, además de unas trenzas peinadas con cintas
fabricadas en telar de cintura, es decir, con el atuendo que tenía cuando
modeló ante los estudiantes de la Escuela de pintura al aire libre.
El
primero de los cuadros se llama "India
con frutas", en él doña Luz, lleva sobre su cabeza una charola con diferentes
frutos, y el segundo "El campamento
de un coronel zapatista"[5], donde se recrea una
escena en la que la tropa descansa, Luz ofrece una jícara de pulque al soldado
revolucionario recostado, ataviado con un sombrero con la imagen de la virgen
de Guadalupe al frente, portando camisa y calzón de manta.
Lo
mismo sucede con las fotografías de la joven Luciana que dan testimonio de la
indumentaria tradicional de Malacateticpac. Un ejemplo es la foto de Ernest
Gruening., “Luz en Milpa Alta” (1928), en donde doña Luz se encuentra
arrodillada tejiendo con telar de cintura y usando un malacate.
Son
fotografías y pinturas que legan a la posteridad el vestir y el vivir de la
Milpa Alta de la época.
Para
finalizar se hará mención a un trabajo de la segunda mitad del siglo XX que
hace referencia al vestir de los indios de esta región del centro de México.
En
1957, entre abril y septiembre[6], el etnólogo holandés Rodolfo van Zantwijk emprende
un trabajo de investigación en Milpa Alta. Durante su residencia en la región observa
y se nutre con informantes locales. Al referirse al vestido de los habitantes,
lo primero que menciona es que “Los vestidos de la vida diaria son poco
aztecas”. Entre la indumentaria tradicional enlista y describe la siguiente:
“el quechquémitl, una especie de camisa sin
mangas de forma romboidal, muchas veces con ricas decoraciones; el
tlacotontilmatli, una chaqueta sin mangas, tejida de lana de un patrón
abigarrado, cuyo borde inferior termina en largo fleco. Así hombres como
mujeres usan este vestido; el cuatlacehualcalli o sombrero, llevado
especialmente por hombres; el tlalixtecapatli o tecah, la sandalia azteca;
usada casi solamente por hombres porque las mujeres generalmente andan
descalzas; el tilmatli, una manta pesada de lana, a veces adornada con ricos
patrones, que sirve tanto de cobertura como de abrigo”[7].
En los
años 70`s, para ser más
exactos entre 1971 y 1974[8],
llega a la región el antropólogo
Joaquín Galarza a pasar una temporada en el pueblo de Santa Ana
Tlacotenco, lugar donde recoge una serie de diseños en textiles que se
elaboraban en la zona. Gracias a ese trabajo conocemos las temáticas presentes
en las cintas, fajas y blusas.
En el
decorados de las mismas encontramos una variedad de plantas (hojas), flores (guías,
coronas y collares), floreros, frutos y animales (pájaros, águilas, gallinas,
gallos, guajolotes, ardillas, venados, perros) además de estrellas,
representaciones de hombres y mujeres, partes del cuerpo humano como el corazón
y motivos geométricos. Todas ellas que dan cuenta del espacio geográfico donde
se desarrollaba la cultura milpaltense.
Noviembre de 2017.
[1] HORCASITAS, Fernando (recop.). De
Porfirio Díaz a Zapata. Memoria Náhuatl de Milpa Alta. México, UNAM;
1968, 151 pp.
[2]
Ibíd., pp. 40-41
[3]
Ibíd., p. 93
[4] LÓPEZ CABALLERO, Paula. Indígenas
de la nación. Etnografía histórica de la alteridad en México (Milpa Alta,
siglos XVII-XXI). México, FCE, 2017, p. 135
[5] Ambas obras pueden ser apreciadas en el libro
Luz Jiménez, símbolo de
un pueblo milenario 1897-1965. México, CONACULTA, 2000, pp. 54, 64 y 65.
[6] ZANTWIJK, Rodolfo. Los indígenas de Milpa Alta, herederos de los aztecas.
Amsterdam, Instituto Real de los
Trópicos, 1960, p.
V
[7]
Ibíd., p. 26
[8]
GALARZA, Joaquín. Dibujos tradicionales. Tejidos de
Santa Ana Tlacotenco. México, Ed. Amatl, 1996, 138 pp.