Por Raymundo Flores Melo.
Algunos días
por la mañana, a punto de despertar, oía a lo lejos el palmoteo. La abuela
echaba tortillas dentro de su casa de piedra, tlapanco y techo de teja de dos
aguas.
Me paraba. La
familia ya estaba sentada alrededor de la mesa. Me ofrecían leche y pan de
dulce pero prefería ir a la casa vecina donde la abuela María preparaba la
comida que se debería llevar al campo para dar de comer al pastor.
Tortillas de
maíz azul, café negro de olla, salsa roja o verde y sal eran el desayuno que
disfrutaba frente a la lumbre del tlecuil erguido en tres piedras, sobre las
cuales estaba el comal donde se cocinaban, gruesas y suaves, las tortillas.
La casa de la
abuela era un cuarto largo y alto. Tenía una escalera de madera hecha de
morillos que el tiempo y el uso habían pulido. Por ella se subía a donde se
guardaban maíz, haba, frijol y diferentes trastos.
Al lado del
tlecuil una estufa de petróleo – que casi no se usaba - con sus dos botellas
boca abajo a los lados. En las paredes, sostenidas de alcayatas y clavos, los santos,
cazuelas y retratos.
El altar
ocupaba un lugar especial en la habitación, sobre una repisa, en un marco
grande de madera,el Santo Niño de Praga, flanqueado por la virgen de Guadalupe
y el señor de Chalma.
En uno de los
rincones un baúl de madera que guardaba cosas varias como hilos, listones,
encajes, telas, tijeras, agujas, canastos pequeños, medicamentos, manzanilla, cabellos
de elote y tejocotes secos, además de algunas fotos familiares tamaño postal.
En otros
lugares las oloteras para desgranar el maíz, así como, según la temporada,
costales con la lana trasquilada de los borregos. También un ropero en el que
sobresalían las faldas, blusas, rebozos, fajas y un chincuete, además de
algunas cintas cafés y negras que la abuela entrelazaba con su ya menudo pelo blanco
para lucir unas trenzas gruesas.
Cerca de la
puerta de madera una trancas y el bastón que le sirvió de apoyo durante los
últimos años de su vida.
También
recuerdo un trastero café de madera con las puntas hacia el cielo lleno de
tazas y platos de vidrio, así como de barro. Largas maderas a manera de bancas
sobre las que descansaban molcajete, ollas y cazuelas, entre las cuales había
parido la gata. A un lado, en el suelo, el metate con su metlapil.
Dos camas
aparejadas cerca de las ventanas que dan a la calle. A los lados de la puerta
varias macetas con plantas depositadas sobre las cornisas de las otras dos ventanas
y frente a ellas el estrecho corredor que compartía con mi casa.
Febrero de
2017.