En nuestro país, el seis de enero es sinónimo
de alegría infantil ya que marca la llegada de los reyes magos y, con ellos,
juguetes, dulces y diversión para gran parte de los niños y niñas. Todos los
infantes en vísperas de tal acontecimiento preparan su carta de petición y/o
compromiso, en donde, a guisa de reconocimiento, dan cuenta de su buen
comportamiento habido y por haber, además de hacer la promesa de ser mejores
personas tanto en conducta como en el cumplimiento de sus obligaciones.
El antecedente de hacer regalos a los niños
en este día, se remonta al nacimiento de Jesús, ante quién, según el evangelio
de Mateo, los magos “le hicieron homenaje, y abriendo sus tesoros le ofrecieron
como regalo oro, incienso y mirra”[1].
No es mucha la información que los evangelios canónicos[2]
nos dan de estos Magos de Oriente, de
hecho, Mateo es el único que habla de ellos al referirse al nacimiento de
Jesucristo y lo hace de manera parca. Los datos que proporciona dicen que
“llegaron a Jerusalén unos magos de oriente”[3]buscando
al “rey de los judíos” para rendirle homenaje y que se entrevistaron con
Herodes para preguntarle y que, este último, mando informarse con los sabios de
su corte acerca de la profecía y que, al final, los magos al tener en sueños
una revelación volvieron por otro camino a su país.
San Mateo, no da número, nombres, país de
origen ni otras características del viaje siguiendo a la estrella. Sin embargo,
la tradición popular nos dice que fueron tres y que se llamaron Melchor, Gaspar
y Baltasar, mismos que son representados en los nacimientos tradicionales
mexicanos con ropajes ricos y vistosos, además de los animales que sirven de
monturas (caballo, camello y elefante, respectivamente).
Los artesanos realizadores de figuras para
nacimientos de barro y de yeso[4],
a lo largo del tiempo, han caracterizado a los “santos reyes” de la siguiente
manera: Melchor, el de mayor edad, vestido a la usanza árabe, es el primero en
llegar pues esta en posición de adoración, algunas veces su corona está
colocada en el suelo como símbolo de humildad, él es el portador del incienso.
Gaspar es un hombre de edad madura, su barba aún es negra, porta un cofre con
oro, su posición indica que esta por llegar al lugar de la adoración. Por
último Baltazar – el negrito -, es un hombre joven, completamente erguido que
trae consigo la mirra.
En estas figuras, de manera simbólica, son
representadas las tres edades del hombre (vejes, madures y juventud) pero
también pueden interpretarse, a cada rey mago, como uno de los tres continentes
conocidos hasta el descubrimiento de América, es decir, Europa, Asia y África[5].
Las vestiduras, el color de la piel, las monturas, nos pueden ayudar a definir
quien es quien, sin embargo, todos estos atributos tienen su origen en algunos
de los llamados “Evangelios Apócrifos”[6],
cuya fecha de elaboración va del siglo II al VI de nuestra era. De ellos los
que nos dan más datos sobre estos “magos” son el Evangelio de Seudo Mateo, el
Evangelio armenio de la infancia
y el Evangelio
árabe de la infancia.
Gracias es estos textos podemos saber el
origen de la tradición de los “Santos Reyes”, sus nombres, número y de los
presentes que presentaron. Claro, estos textos no son reconocidos por la
iglesia católica, no empero, han arraigado en la religión popular por lo menos,
la mayoría de ellos, desde la Edad Media y sus contenidos se han ido propagando
a lo largos de los siglos, sirviendo de materia prima a pintores y escultores.
Por ejemplo en el Evangelio de Seudo Mateo,
se hace referencia al número de “santos reyes” y aporta además que
“transcurridos dos años, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, que traían
consigo grandes ofrendas”[7]
“e hicieron a María y a José muy ricos presentes. Al niño mismo cada uno le ofreció
una pieza de oro. Después uno ofreció oro, otro incienso y otro mirra”[8],
es decir, según este evangelio eran tres.
En el Evangelio árabe de la infancia habla
del lugar de origen de los magos y de la cálidad y cantidad de los presentes
que portaban. A la letra dice lo siguiente: “tres reyes, hijos de los reyes de
Persia, tomaron, como por una disposición misteriosa, uno tres libras de oro,
otro tres libras de incienso y el tercero tres libras de mirra. Y se
revistieron de sus ornamentos preciosos, poniéndose la tiara en la cabeza, y
portando sus tesoros en las manos”[9].
Cabe señalar que según este escrito, los magos salen de Persia “al primer canto
del gallo,... con nueve hombres que los acompañaban, y se pusieron en marcha”[10]
el día siguiente al “25 del primer kanun (fiesta
de la Natividad de Cristo)”[11]
y llegan a Jerusalén al rayar el día y, poco después, pasada la entrevista con
Herodes, encontraron la caverna en donde se encontraron con la sagrada familia.
En el Evangelio armenio de la infancia – que es el más largo y rico en
detalles sobre el hecho - se mencionan los nombres de los “reyes magos” y se
dice que eran hermanos y a que naciones gobernaban pero no siempre es
coincidente con el país o zona que les tocaba gobernar, únicamente no cambia la
asignación a Melchor como gobernante del reino persa. Para éste evangelio, los
magos llegan a Jerusalén el 9 de enero pues “habían salido de su país hacía
nueve meses, y que llevaban consigo un ejército numeroso,... El primero era
Melkon, rey de los persas, el segundo Gaspar, rey de los indios; y el tercero,
Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su ejército, investidos del mando
general, eran en número de doce. Las tropas de caballería que los acompañaban,
sumaban doce mil hombres, cuatro mil de cada reino”[12].
Agregando además que los magos “Aunque fuesen hermanos e hijos de un mismo
padre, ejércitos de lenguas y nacionalidades diversas caminaban en su séquito.
El primer rey, Melkon, aportaba, como presentes, mirra, áloe, muselina,
púrpura, cintas de lino y también libros escritos y sellados por el dedo de
dios. El segundo rey, Gaspar, aportaba, en honor del niño, nardo, cinamomo,
canela e incienso. Y el tercer rey, Baltasar, traía consigo oro, plata, piedras
preciosas, perlas finas y zafiros de gran precio”[13].
Con gran adorno se nos pinta la caravana de los “santos reyes”, pero debemos
hacer hincapié en el testimonio escrito que portaban, pues según su tradición,
era “una orden divina concerniente a un designio que el Señor ha prometido
cumplir a favor de los hijos de los hombres”[14],
testimonio que había llegado a las manos de los magos de la siguiente manera:
“cuando Adán hubo abandonado al Paraíso, y cuando Caín hubo matado a Abel, el
Señor concedió a nuestro primer padre el nacimiento de Seth, el hijo de
consolación, y, con él, aquella carta escrita, firmada y sellada por el dedo
del mismo dios, Seth la recibió de su padre, y la dio a sus hijos. Sus hijos la
dieron a sus hijos, de generación en generación. Y, hasta Noé, recibieron la
orden de guardar cuidadosamente dicha carta. Noé se la dio a su hijo Sem, y los
hijos de éste la trasmitieron a los suyos. Y éstos a su vez, la dieron a
Abraham. Y Abraham la dio a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios
Alto, por cuya vía nuestro pueblo la recibió, en tiempo de Ciro, monarca de
Persia”[15]
quien se las dio a los ancestros de los magos.
Sean de lugar que quiera la imaginación
popular, pasada o presente, los “santos reyes”, son una de las tradiciones
mexicanas que muchos de nosotros guarda como uno de los recuerdos más felices
de la infancia, como si fuera un maravilloso sueño que, esperemos, pese a la
gran crisis económica que sufrimos, persista y podamos heredarla a las nuevas generaciones.
Enero de 2006.
[1] DE LA
PEÑA, Ernesto. Los Evangelios según
Mateo, Marcos, Lucas y Juan. México, Aguilar, 1996, p. 14
[2] Los
evangelios canónicos son los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Por narrar la vida
de Jesús a partir de un mismo punto de vista, a los tres primeros se les
considera “sinópticos”.
[3] DE LA
PEÑA, E. Op cit., p. 13
[4] El
uso de figuras de yeso empezó a popularizarse a partir de los años setenta del
siglo pasado.
[5]
ZUFFI, Stefano. Episodios y personajes del Evangelio. Barcelona, Electa, 2003,
p. 89
[6] La
edición mexicana de estos textos es: Evangelios
Apócrifos. México, CONACULTA, 2002, 716 pp.
[7] Ibid.
p. 50
[8] Ibid. p. 51
[9] Ibid. p. 102
[10] Ibid. p. 102
[11] Ibid. 101
[12] Ibid. p.168
[13] Ibid. p. 168
[14]
Ibid. p. 171
[15]
Ibid. p. 171