Por: Raymundo Flores Melo.
Después de la proclamación del Plan de San Luis, donde Francisco
Ignacio Madero González invitaba a iniciar un levantamiento armado contra el
viejo dictador Porfirio Díaz Mori, el domingo 20 de noviembre de 1910 a las
seis de la tarde[1], y
su consecuente fracaso en las zonas urbanas, donde el maderismo tenía el grueso
de simpatizantes, fueron los habitantes de las regiones campesinas, aquellas a
las que habían llegado de manera indirecta la proclama de Madero, las que
hicieron eco al hacendado coahuilense.
El punto que habla sobre la
restitución de la tierra a sus antiguos propietarios, hizo que los campesinos
de origen indígena, que habían sido despojados por las haciendas, sobre todo en
el estado de Morelos, se sumaran a la lucha y, con ellos, algunas de sus
autoridades tradicionales:
“Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos pequeños
propietarios, en su mayoría indígenas, han sido despojados de sus terrenos, ya
por acuerdos de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los tribunales de la
república.
Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los
terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetos a
revisión tales disposiciones y fallos y se exigirá a los que los adquirieron de
un modo tan inmoral, o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos
propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios
sufridos”[2].
Al triunfo de la revolución
maderista aquella demanda plasmada en el Plan
de San Luis queda postergada, en primer lugar porque Madero no estaba a
favor de un reparto agrario y, en segundo lugar, debido a la firma Tratado de Ciudad Juárez con los
porfiristas, en cuyo contenido se incluía el acuerdo de que la propiedad de la tierra quedará
igual que al inicio del conflicto armado[3].
Lo anterior produjo un
distanciamiento entre Madero y Zapata, desencuentro que trató de remediarse
prometiendo elecciones libres en el Estado de Morelos, sin embargo, la
actuación del León de la Barra, presidente interino, mandando a Victoriano Huerta
a controlar militarmente la región, hizo que el posible acuerdo fracasara.
Una vez en la presidencia, Madero
no cumple con lo prometido ni le importa negociar con el zapatismo, así el 28 de noviembre 1911 es firmado el Plan de Ayala en un pequeño poblado del Estado de Puebla, llamado
Ayoxustla. En este documento se desconoce a Madero como jefe de la revolución y
como presidente de la república[4],
reconociéndose jefe de la misma al general Pascual Orozco[5].
En los artículos 6° y 7° del
Plan de Ayala se enuncian las principales demandas de los campesinos
zapatistas:
“que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados
científicos o caciques a la sombra de la tiranía y de la justicia penal
entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego los pueblos o
ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las
cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a
todo trance con las armas en la mano la mencionada posesión, y los usurpadores
que se consideren con derecho a ellos, lo deducirán ante tribunales especiales
que se establezcan al triunfo de la Revolución”.
Agregando más adelante que:
“se expropiarán previa indemnización de la tercera parte de esos
monopolios a los poderosos propietarios de ellos, a fin de que los pueblos y
ciudadanos de México obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o
campos de sembradura o de labor, y se mejore en todo y para todo la falta de
prosperidad y bienestar de los mexicanos”.
Es decir, el zapatismo buscaba la
restitución de la tierra y la expropiación de latifundios para realizar un
reparto agrario que resolviera la mala situación del campesino mexicano ante la
falta de tierra.
Gracias a la libertad de prensa,
instaurada por Madero, el Plan de Ayala
es impreso en el Diario del Hogar de
Filomeno Mata, publicación varias veces suprimida durante el porfiriato[6].
Tres años después, en julio de
1914, en un ambiente no muy propicio para el zapatismo, se realiza la
ratificación del anterior plan en el poblado de San Pablo Oztotepec. El
ejército libertador del Sur está en la ante sala de la capital, misma que tomarán,
junto con las fuerzas villista en diciembre del mismo año.
En el contenido del referido
documento, destaca el convertir los principios agrarios del Plan de Ayala en preceptos
constitucionales, así como que Emiliano Zapata se convierta en el jefe de la revolución:
“La Revolución ratifica todos y cada uno de los principios consignados
en el Plan de Ayala y declara solemnemente que no cesará en sus esfuerzos sino
hasta conseguir que aquellos, EN LA PARTE RELATIVA A LA CUESTIÓN AGRARIA,
QUEDEN ELEVADOS AL RANGO DE PRECEPTOS CONSTITUCIONALES”[7].
Los habitantes de San Pablo
Oztotepec, así como los demás pueblos de Milpa Alta, al identificarse con los
ideales de Zapata, sufrieron en carne propia el costo de su simpatía: el pueblo
fue quemado dos veces, las personas eran fusiladas y su ropa quemada: “los señores no tenían que ponerse, ni
camiseta, ni calzón, sólo se ponían un gabancito encima y su sombrero”[8].
Los pobladores de Oztotepec se
dispersaron de manera temporal por el monte y otros lugares[9]
con mayor estabilidad. Algunos buscaron refugio en cuevas y en el paraje
denominado Zoquiac[10]
dentro de la propiedad comunal de milpaltense.
El Cuartel Zapatista, otrora propiedad de Brigido Molina, fue quemado
y destruido[11].
El inmueble había sido utilizado durante la etapa armada en la región como “dormitorios, caballerizas, pagaduría,
almacenamiento de víveres y como ‘encuartelamiento’”[12],
así mismo, un lugar cercano, la capilla de Chalmita,
fue usado para vigilar debido a su altura y su atrio “fue el lugar donde se reunieron para ratificar el Plan de Ayala”[13].
En tanto, los habitantes de la
ciudad de México veían a los revolucionarios, de Tierra Caliente y de las
cercanías, como los periódicos y los
rumores los describían:
“Largo tiempo se había tomado la prensa y la voz pública, desde los
tiempos de Madero, en propalar la leyenda negra del zapatismo: voladuras de
trenes de pasajeros, seguidas de matanzas sin nombre; destrucción e incendio de
pacíficos poblados y desguarnecidas haciendas; asolamiento de sembradíos;
violaciones de doncellas, de niñas y hasta de ancianas; y crueles torturas a
las que sujetaban a cuantos caían en su poder durante sus delirios de
desenfreno y sadismo. Ya se contaba que a las mujeres les arrancaban los senos
y las despanzurraban a machetazos; ya que a los hombres los castraban, los
desnarizaban, los desorejaba y les cortaban las plantas de los pies para
hacerles caminar sobre piedrecillas y arena”[14].
Sin embargo, cuando los
seguidores del Atila del Sur llegaron
a la ciudad, los habitantes de la gran urbe descubrieron la realidad de la
gente campesina que había tomado las armas:
“De desilusionados (dice Bustillo Oro), pronto pasamos a conmovidos. A
la vista estaba lo que eran en verdad: pedazos de un pueblo destrozado, por
siglos esclavo, consumidos por hambre secular, desnutridos en actualidad y por
herencias acumuladas de generación en generación, de amo en amo”[15].
Esos eran los zapatistas; gente
pobre en busca de justicia, el pueblo que reclamaba lo despojado, campesinos
indios en pos de una vida mejor que no serían escuchados en su presente.
Julio de 2014.
[1]
Punto séptimo del Plan de San Luis.
[2]
Parte del punto tercero del Plan antes menionado.
[3]
KATZ, Friedrich y Claudio Lomnitz. El Porfiriato y la Revolución en la Historia
de México. México, 2010, Era, p. 73-74
[4]
Art. 2° del Plan de Ayala.
[5]
Art. 3° del Plan de Ayala.
[6]
KATZ, Friedrich y Claudio Lomnitz. Op. cit., pp. 84-85
[7]
Declaración PRIMERA de la Ratificación del Plan de Ayala.
[8]
Cañedo L. Noelia y Rodrigo García F. (coords.) Xulaltequetl.
Memorias de Vida, San Pablo Oztotepec. México, Casa de la
Cultura Ixayopa, 2006, p. 31
[9]
Ibíd. p. 27 Se menciona Tlanepantla, Xochimilco, San Gregorio, Santa Cecilia y
la ciudad de México.
[10] LOZA
JURADO; Juan Carlos (coord.) ¡Viva Milpa Alta! Relatos de la Revolución.
México, GDF-SEDEREC-Atoltecayotl-Bi100, 2009, pp. 44-45
[11]
Cañedo L. Noelia y Rodrigo García F. Op. cit., p. 26
[12] LOZA
JURADO; Juan Carlos (coord.) Op. cit., p, 24
[13]
Ibíd., p. 24
[14]
BUSTILLO ORO, Juan. México de mi infancia. México, Secretaría de Cultura del GDF,
2009, p. 84
[15]
Ibíd. p. 94