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lunes, 12 de octubre de 2020

LA MAESTRA MARIQUITA Y SU ESPOSO MAURO.

 Por: Raymundo Flores Melo.

 

Cuando se inicia la lectura de un libro, y a lo largo de sus capítulos  se reconoce lo que es un pueblo, su gente, su forma de ser, las costumbres, las tradiciones; queda uno prendado al texto, cuantimás, si en una palabra salta algo familiar.

 

La curiosidad estuvo latente por varios años, hasta que un buen día llegó la información que podía ayudar a responder algunas de las incógnitas que el escrito había despertado.

 

El texto en cuestión lleva por nombre De Porfirio Díaz a Zapata. Memoria Náhuatl de Milpa Alta, firmado por Fernando Horcasitas; libro donde se cuentan una serie de sucesos y se proporcionan datos de lo que fue la zona sur de la Ciudad de México a principios del siglo XX, en especial  habla del pueblo denominado Malacateticpac, hoy la Asunción Milpa Alta.

 

Dentro de sus capítulos, hay uno que trata de la niñez y del deseo de aprender a leer de Julia González, protagonista del relato. Sin embargo, un apellido, el del esposo de la maestra mencionada, fue lo que despertó la curiosidad:

 

En una casa había una buena señorita que sabía leer, leer papeles. Enseñaba en su casa. Los padres querían que se les enseñara a leer a sus hijos; pagaban un real por cada niño o niña  que estudiaba.

 

Se llamaba Mariquita; su marido se llamaba Mauro Melo. También enseñaba a los niños. En esa escuela fue donde aprendí a conocer una, dos, tres letras y también a escribir y leer[1].

 

Son escuetos los datos que doña Luz Jiménez arroja sobre esta maestra de primeras letras, avecindada en Milpa Alta, que dejó una honda huella en su memoria infantil.

 

Y continua diciendo:

 

Mi madre me tomaba de la mano e íbamos a la plaza. Pero,  como pasábamos frente a la casa [de la profesora] veíamos cómo jugaban los niños o a veces estudiaban; quería entrar para estudiar también. Lloraba mucho porque quería saber lo que decían los papeles, los escritos. No era yo grande; tenía siete años. Mi madre no quería que yo fuera a la escuela porque era chica y me fueran a tirar al suelo los niños. Pero mi padre y mi madre, como lloraba, no tardaron en llevarme con la señorita que daba clases.”[2]

 

Todo parecía indicar que la breve mención quedaría como mera anécdota dentro de la vida de esta narradora milpaltense, sin embargo, de manera fortuita, llegaron algunos correos electrónicos sobre la familia Melo[3], mismos que permitieron dilucidar algo más sobre quien era la maestra que inspiró el deseo de leer en la niña Julia González[4]:

 

La familia Melo Hernández estaba conformada por los señores Gabriel Melo y Maximina Hernández, ellos tuvieron cinco hijos: Mauro, el mayor; Máxima, María, Isaac y Serapio. Ya con estos datos genealógicos fue más fácil rastrear a personas de Milpa Alta que hubieran conocido a Mariquita y Mauro[5].

 

La oportunidad se presentó en una conversación sobre Luz Jiménez.  En ella, uno de los  interlocutores dijo conocer a una persona en cuya casa, la otrora modelo de los grandes muralistas mexicanos, había aprendido a leer. Se hizo la visita y la historia tomó cuerpo.

 

Mariquita estuvo casada con Mauro Melo Hernández. Al inicio de su vida matrimonial, habitaron una casa en el barrio de San Mateo, en el paraje denominado Cuacaltitla[6]. En los primeros años del sigo XX, ellos se dedicaban a enseñar a leer y escribir a los niños de Milpa Alta.

 

El nombre de ella era María Alcántara. Vestía como gente rica, de catrina - a decir de las personas del lugar-. Era maestra de profesión y había llegado de Coyoacán, en la Ciudad de México, para vivir junto con su esposo en la calle Guanajuato Poniente, misma que habitaron hasta poco antes de 1911.

 

Debido a los avatares de  revolución mexicana salen de Milpa Alta y regresan a ella hasta 1921, cuando el pueblo vuelve a ser habitado después de ser escenario de batallas entre zapatistas y miembros del ejercito federal; pero no volverán a su casa del barrio de San Mateo, se quedarán en otro predio en la calle Aguascalientes, en el barrio de Santa Martha.

 

La pareja no tuvo hijos, y María Alcántara muere el año de 1931.

 

Mauro Melo era un hombre alto, que realizaba varias actividades, además de dedicarse al campo, la más de ellas ligadas a la iglesia: cuidaba la capilla del Sagrado Corazón que se encuentra en la parroquia de la Asunción, además de cantar, hacer velas y flores de cera.

 

El hombre sabía de herbolaria, lo que le permitía hacer bálsamos y también dedicarse a bañar en temazcal a las recién paridas (michiquis); temazcal que aún existía en el predio de lo que fue su casa hasta los años ochenta del siglo pasado.

Sus propiedades, corrieron la suerte de aquellos bienes de personas que mueren sin descendencia: se encuentran en litigio entre las personas que lo atendieron en sus últimos días de vida.

 

Mariquita y Mauro, ahora son recordados como dos de los primeros maestros de Milpa Alta y traídos a la memoria de propios y extraños por uno de  los nietos del señor Serapio Melo.

 

Septiembre de 2020.



[1] HORCASITAS, Fernando (recop.). De Porfirio Díaz a Zapata. Memoria Náhuatl de Milpa Alta. México, UNAM, 1974, p. 31

[2] Ibíd., p. 31 y 33

[3] Agradezco los datos proporcionados por el Ing. Leonardo Melo y Cerda por medio de varios correos electrónicos que me hizo llegar.

[4] Verdadero nombre de doña Luz Jiménez.

[5] Le doy las gracias al señor Arcadio Cándido Medina Liprandi y a su hijo Santos Medina por los datos proporcionados sobre el señor Mauro Melo y esposa.

[6] La traducción, a decir del entrevistado, significa “entre casas bellas”.

sábado, 27 de junio de 2020

EL TÍO.

Por: Raymundo Flores Melo.

Conforme avanzábamos, el camino incrementaba la pendiente; suave al principio, luego un poco más inclinada. Íbamos desde la carretera a Santa Ana hasta la recién estrenada vía México-Oaxtepec.

Pasamos el abrevadero, junto a la propiedad de señor Luz Ramírez, y llegamos más allá, cerca de donde - hoy día - están las torres de alta tensión de la Comisión Federal de Electricidad.  Lo largo del trayecto dependía de la localización del terreno que los borregos estuvieran abonando.

Algunas veces, cuando llagábamos al lugar, el rebaño ya había tomado rumbo al monte y teníamos que dejar lo que hubiésemos llevado en la choza del pastor, que era una pequeña estructura construida con zacate, lazo y tejamanil. Los dos últimos materiales también servían para dar forma al corral, que tenían la virtud de poder ser desmontado y así, recorrer toda el área cultivable para dejar una gruesa y pareja capa de abono.

El tío había decidido pasar su vida madura cuidando borregos, yendo y viniendo , de Milpa Alta al monte, con la comida para su pastor: tortillas azules, te o café negro de olla, agua de limón y algún guisado, además de dos o tres piezas de pan. Algunas veces subía a pie, otras a caballo.  

La lana de los borregos era vendida o cambiada por cobijas con personas del Estado de  México, que una vez al año visitaban la casa para llevarse los costales cargados de lana trasquilada, tanto blanca como negra.

A parte del ganado menor, tenía algunos terrenos que cultivaba con maíz, frijol, calabaza y haba. Es decir, era un campesino en toda la extensión de la palabra. Con estas actividades cubría la mayor parte de los gastos de su casa: el maíz servía para hacer las tortillas y tamales; el frijol, lo mismo que el haba, se iba consumiendo poco a poco. Los borregos, algunas veces, terminaban hechos barbacoa para gusto de la familia cercana, otras vendidos para la celebración de algún banquete.

La abuela, hasta que su edad le permitió, echaba tortillas, hacía salsa y preparaba en el tlecuil la comida; además de  ir a la plaza a comprar los ingredientes que hacían falta.

Dicen, que cuando el tío era joven, le gustaba ir al centro de la ciudad a bailar en los diferentes salones que había, y que incluso le llamaban “El pachuco” por los zapatos e indumentaria que usaba.  De los lugares que visitaba para divertirse, sobresalía, por aquellos lejanos años de los 40 y 50’s, el California Dancing Club, de la colonia Portales, y el Salón México.

Sin embargo, su forma de vestir cotidiana era otra. Pantalón, calzón de manta, camisa de maga larga, huaraches, sobrero y ceñidor, que con el paso del tiempo fue sustituido por un cinturón de cuero, sin olvidar el casquete corto de su pelo.

De sus ires y venires por el campo y la ciudad, tenía una serie de cuentos-anécdotas  que compartía cuando estaba contento. Entre ellos sobresalían los que trataban de nahuales trasformados en perros negros, mujeres que se convertían en guajolote e iban a chupar la sangre de los niños por la noche, la de un charro negro que se columpiaba en un pirú y la de la llorona que pasaba por la barranca. Eran los finales de la década de los setenta del siglo pasado, el tío ya contaba con medio siglo de vida.

Conforme pasaba el tiempo, nunca falta persona o vecino dispuesto a aclarar las cosas. Que te cuenta que tu tío, no es tu tío. Que fue un niño regalado a tu abuela. No cuestionas, no preguntas,  por el solo hecho de no interesarte, pues con esa persona has vivido todos tus años de existencia y forma parte de tu familia.

Y así como empieza, la vida termina.

Tiempo después de la muerte del tío, acomodando algunos objetos y cajas, ocurre un hallazgo inesperado: unos papeles que revelan la historia no compartida por la familia, la vida no contada.

Resulta que el tío fue entregado a la familia del abuelo tres días antes que cumpliera un mes de nacido, pues la mujer que le dio a luz había fallecido. Que su verdadero padre ofreció cubrir el costo de la nodriza (la abuela) y la manutención del crío.  Que se fijó un monto pero que al no cumplirse el convenio, las dos partes acudieron ante el juez de paz de Milpa Alta para arreglar el asunto.

El problema se resuelve: el abuelo y la abuela quedan en custodia del niño, quien además es su ahijado. En el acta no timbrada porque el demandante expresó no tener el dinero para ello, se lee lo siguiente: dijo que acepta en que se le quede la criatura, pero que advierte, que no con el tiempo el niño quiera exigir cosa alguna por los trabajos, es decir, cuando llegue a estar grande, o quiera reconocer bienes raíces o intereses, que él no los tendrá y si los tuviere será en perjuicio de sus verdaderos hijos que obtendrá con su actual esposa.

Quizá esta haya sido la razón de que el tío ahorrara para comprar terrenos y que hiciera lo posible – aunque con altas y bajas - por aumentar su ganado, pese a que nunca se casó y no tuvo herederos. Murió de 80 años, los bienes quedaron con los que compartió de manera cotidiana; con su  familia.

Así eran las cosas en esta región al sur de la Ciudad de México.

Junio de 2020.

jueves, 21 de mayo de 2020

LA FOTO DE LA ABUELA.

Por: Raymundo Flores Melo

A mediados de los años setenta, cuando las calles aún no estaban pavimentadas, ir a la casa de la abuela implicaba atravesar un camino de tierra, incómodo de transitar por las piedras de vario tamaño que dificultaban el andar y, mucho más, por el calor que emanaba el suelo cuando los rayos del sol irradiaban su fuerza.

Al llegar, éramos recibidos por un paisaje rocoso al poniente: las peñas que limitaban el terreno, coronadas por árboles de pirú. El paraje recibía el nombre de Coloxtitla[1] y, efectivamente, en el lugar abundaban los alacranes.

En el centro, además de variadas flores, dos árboles de higo y una larga y alta mora; al sur un frondoso colorín que hasta el día de hoy subsiste.

Después, al oriente, la casa de la abuela. Era una construcción sencilla: habitación de piedra, con techo de un agua y dos pequeños anexos, uno que funcionaba como cocina-comedor y otro donde la abuela atendía a la gente que acudía a consultarla. El lugar tenía un altar donde destacaba, a parte de la virgen de Guadalupe y el Santo Señor de Chalma: la Santa Muerte,  además de una caja con yerbas, y pequeñas velas negras y rojas.

Según cuentan, la abuela pasó larga temporada enferma. En su ir y venir en busca de salud, consultando a médicos y curanderos, aprendió a manejar plantas medicinales, leer las cartas, a hacer filtros y amarres amorosos.

Le iba bien, muchas personas, tanto de lugares cercanos como lejanos, querían consultarla y siguieron llegando varios años después de su muerte.

Para mantener su casa, la abuela – ya viuda - se dedicaba, con ayuda de dos peones, a fabricar festones de pino y henequén con los que se adornaba en los días de fiesta o en  eventos importantes.

El henequén era adquirido en el centro de la Ciudad de México, cerca del Mercado de Sonora y después teñido con anilina con el color solicitado por el cliente.

Esos días, el olor a resina envolvía la casa. Con una especie de matracas[2], después de cortar parejo y colocar las agujas de pino o la fibra, los trabajadores hacían girar los delgados lazos para dar forma a las guías.

Existen varias fotos de la abuela, donde aparece de diferentes edades, acompañada de un niño Dios en el atrio de la parroquia de la Asunción, o bien remojando sus pies en el río Chalma, sin embargo, sobresale una pintada a mano. En ella se le ve joven, fuerte, recia, ataviada con el traje tradicional del altiplano mexicano. Atrás de ella, una gran planta de nopal silvestre del que penden algunas jaulas para pájaros, de aquellas realizadas con delgadas cintas de madera y  finos barrotes de alambre.

La joven abuela, mira de frente a la cámara. Sus gruesas trenzas están amarradas con cintas color verde, hechas en telar de cintura, y puntas de macramé finalizadas en piñitas. Lleva puestos collares realizados con diversas semillas. Está vestida de fiesta, como las mujeres que en las celebraciones patronales llevan en andas a los santos.

Su blusa es blanca con aplicaciones florales en punto de cruz, chincuete alistonado y faja labrada con motivos vegetales.  Sus brazos adornados con pulseras y, en su mano derecha porta una jícara con flores, posiblemente dalias. Calza unos huaraches cerrados.

De esta manera, la abuela y su tiempo vuelven a hacerse presentes.

Una imagen puede llevarnos a recordar detalles, a recrear el pasado, pero por maravillosa que nos parezca una fotografía, no será más que una sombra de lo que fue.

Mayo de 2020.


[1] El paraje se encuentra en la esquina que forman las calles Michoacán Poniente y Aguascalientes, en el límite del barrio de Santa Martha con el de San Mateo en Villa Milpa Alta.
[2] Se llaman tarabillas.

lunes, 30 de marzo de 2020

TEATRO AMERICANO.

Teatro Americano, Descripción general de los Reinos y Provincias de la Nueva España, 1746-48, es el nombre de la obra de José Antonio Villaseñor y Sánchez, donde a petición del rey Felipe V, se hace una recopilación de noticias de los reinos la Nueva España.

En esta magna obra, encontramos mencionados dos poblados de nuestra región: Amilpa (Milpa Alta), donde dice existía una cátedra para que los coristas jóvenes aprendieran la lengua náhuatl, y San Pedro Actopan (Atocpan). Digna de mención es la observación que hace del territorio y su conveniente localización comercial, pues al sur linda con tierra caliente (Morelos), al  oriente con Chalco y al norte con la laguna de México (zona chinampera).





miércoles, 1 de enero de 2020

LA ASUNCIÓN MILPA ALTA.

Por: Raymundo Flores Melo

Es complicado hablar de la Asunción Milpa Alta[1] como pueblo, pues su historia esta relacionada con lo que actualmente es la alcaldía de Milpa Alta, formada por doce comunidades.

A la llegada de los españoles a la región, el 29 de julio de 1529[2] se funda la ermita de Santa Martha Zolco, dando origen a lo que será considerado el primer asentamiento y barrio. De forma posterior se establecen las otras tres secciones: San Mateo, La Concepción y Santa Cruz.

De ellas, la que tenía mayor extensión territorial era la tercera sección, la cual se subdividió debido a rencillas internas[3], surgiendo, de está manera, los barrios de San Agustín, La Luz y los Ángeles, haciendo un total de siete, a los que – a decir de algunos vecinos - se debe agregar el de San Marcos.

La advocación principal fue Santa María de la Asunción, por ser el 15 de agosto de 1536 – según la tradición - cuando se bautiza a los naturales y se les da posesión de sus tierras[4], tierras que han jugado un importante papel en la historia e identidad de los milpaltenses.

Sobre el origen del monasterio de la Asunción[5], los documentos de la propiedad comunal nos hablan, a finales del siglo XVI, de una gran escases de agua en la región,  y que la única fuente de abasto eran los pozos de Tecómitl y Nochcalco; debido a lo cual, los franciscanos, que eran los encargados de la evangelización, junto con los naturales, inician la búsqueda del agua.

Las acciones resultaron infructuosas hasta que un indio de Tláhuac, llamado Miguel Telles se compromete a encontrarla. Después de un arduo recorrido llegan al Tulmiac. Miguel, llama al cerro y sale una mujer muy linda a la que invita a venir a La Milpa[6], la que a su vez llama a sus hermanos el teguanatl y el totoatl. Al final, la mujer dice que sí, que vendrá a La Milpa y ordena construir un jagüey.

Con el depósito terminado – según el relato  que aparece en los documentos comunales -, un día por la mañana, el padre guardián, ve a una mujer de pelo largo peinándose a la orilla del jagüey. El religioso se acerca y la mujer desaparece. A media noche se vuelve hacer presente y le pide al fraile decir una misa en el lugar, además de buscar un sitio para la construcción de una iglesia.

El fraile manda traer los ornamentos para la liturgia y, al día siguiente, empieza a brotar el agua por tres diferentes puntos. El lugar fue bautizado como San Juan Tulmiac.

A los pueblos cercanos de San Antonio Tecómitl, San Juan Ixtayopan y Santigo Tulyehualco se les invitó para ayudar en la construcción de la zanja por donde pasaría la cañería que llevaría el vital líquido a la Asunción. Hoy día todavía puede verse parte de ese antiguo canal – renovado en 1886 y 1907[7] - que  surtió a la población milpaltense hasta 1934, año en que entra en funcionamiento el acueducto de Monte Alegre.

El lugar apropiado para la realización del templo, lo encuentran en el paraje llamado Chicomostoc. Con el paso del tiempo, la mujer linda de los documentos comunales se transforma en la virgen de la Asunción, patrona de La Milpa y sus sujetos.

Para 1643[8], la Asunción-Milpa Alta se convierte en cabecera de doctrina, encargada de los pueblos: San Pedro Atocpan[9], San Pablo Oztotepec, San Francisco y San Lorenzo Tlacoyucan[10].

Las ocupaciones de los cuatro primeros barrios, hasta la primera mitad del siglo XX, estaban bien definidas:

Una buena parte de los pobladores de Santa Martha se dedicaba a la elaboración de pan, en especial de cocoles. A los habitantes de esta primera sección se les decía pancuitlaxtin[11]. Para la elaboración de sus productos ocupaban leña de aile y de madroño[12], “en razón de que estás calientan más. Solo si no hay esta (leña de aile o de madroño) se compra leña de ocote[13].

Los de San Mateo vendían carne cruda y cocida, tanto de cerdo como borrego, en forma de carnitas y barbacoa[14]. Para la cocción de la carne usaban leña de aile y de abeto[15]. Ellos eran conocidos como los nahuales, hecho que ha propiciado que dicha sección sea simbolizada por un burro, uno de los animales preferidos para la transformación de estos seres.

Los habitantes de la Concepción se dedicaban a la producción y venta de lo que salía del bosque, actividad de donde nace su mote de cuauhtzilinque[16] o cuaulaso, en tanto, los de Santa Cruz hacían lo propio con la raíz del zacatón, ha ellos se les denominaba como cuauhtzopachtli[17].

Algunas de las festividades más importantes de Villa Milpa Alta son: la fiesta patronal del 15 de agosto y las de cada uno de los barrios:

Santa Martha / 29 de julio
San Mateo / 21 de septiembre
La Concepción / 8 de diciembre
Santa Cruz / 3 de mayo
San Agustín/ 28 de agosto
La Luz / es movible
Los Ángeles / 2 de agosto

Además de la Candelaria (2 de febrero), Semana Santa, el Carnaval – que inicia el domingo de resurrección -, las Posadas, la peregrinación al Santuario del Señor de Chalma (3 al 10 de enero), y la de la Villa de Guadalupe (13 enero).

Sin duda, la historia de la Asunción está ligada de manera íntima al maíz, el pulque y el nopal, ya que fueron los productos del campo que ayudaron a los milpaltenses a darle de comer a sus familias, a progresar en lo económico y dar educación a sus hijos. Es importante no olvidar que la tierra, tanto su trabajo, como su defensa han ayudado a proteger nuestra cultura, nuestra identidad.

Julio de 2019.



[1] En la actualidad es conocida como Villa Milpa Alta y es cabecera de la alcaldía.
[2] GODOY RAMÍREZ, A. Fundaciones de los pueblos de Malacachtepec Momoxco. México, Editor Vargas Rea, 1953, p. 25
[3] Existe un cuento narrado por el profesor Artemio Solís Guzmán, llamado “Los siete pelos del diablo” que explica como se formaron los  tres barrios más recientes. 
[4] GODOY RAMÍREZ, A. Op. cit., p. 29
[5] FLORES MELO, Raymundo. En la Milpa Alta. Historias y crónicas. México, SEDEREC, 2016, pp. 85-89
[6] La Milpa era el nombre que se le da a Milpa Alta en varios documentos del siglo XVI y XVII.
[7] DDF-Dirección de Aguas y Saneamiento. Acueductos de Monte Alegre. México, Imprenta Mundial, 1934, pp. 39 y 40
[8] GERHARD, Peter. Geografía Histórica de la Nueva España 1519-1821. México, UNAM, 1986, p. 253
[9] De manera posterior lograría ser Asistencia y cabecera.
[10] VETANCURT, Agustín de. Teatro Mexicano. Descripción breve de los Sucesos ejemplares Históricos y Religiosos del Nuevo Mundo de las Indias. México, Porrúa, 1982, p. 75
[11] FLORES ARCE, Concepción. Xochime’ Narraciones inéditas. Obra Póstuma. México, Atoltecayotl, 2018,  p. 74
[12] SILVA GALEANA, Librado. “Vida cotidiana en Santa Ana Tlacotenco”. En Tlalocan, Revista de fuentes para el conocimiento de la Cultura Indígena en México, XI:179, IIH, UNAM, 1989.
[13] Ibíd., p 183
[14] Ibíd., p. 179
[15] Ibíd., p 183
[16] FLORES ARCE, Concepción. Op. cit., p. 76
[17] Información proporcionada por don Artemio Solís Guzmán.